El periodista Manuel Jabois publica hoy en El País un artículo sobre el papel que juegan las vallas fronterizas en el control del movimiento migratorio.

A estas alturas ya sabemos que las vallas no están ahí para delimitar espacios. Que no están ahí para disuadir.

Están ahí para hacer el mal.

Bueno, es un decir.

«Es una constante en el movimiento migratorio: cuando los Estados multiplican el celo en la frontera, obligan a los indocumentados a buscar lugares más peligrosos por los que entrar. El Gobierno Clinton construyó un muro entre Tijuana y San Ysydro en 1994; en 2002, Bush fortaleció las medidas de seguridad. Eso obligó a los inmigrantes a arriesgar más: en el desierto no hacía falta construir nada. Esto recibe un nombre: arquitectura de extenuación».

En Europa ocurre de igual manera en «el otro desierto», como dice Jabois: el mar. «También allí, donde hay menos control como ocurre en Arizona, es donde más muertos se producen y donde los Estados menos tienen que responsabilizarse; se alega que la elección fue voluntaria y se rescatan y devuelven los cadáveres».
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El periodista cita el trabajo de Lucía Gutiérrez, arquitecta del equipo de porCausa. Lucía define la arquitectura de la exclusión como “una nueva tipología arquitectónica, la que prevalece y ordena las relaciones entre los seres humanos”.

No os perdáis el artículo, hoy en papel y en cualquier momento en la web de El País.