Iván apaga el despertador y se revuelve entre las sábanas hasta que su madre le recrimina que llegará tarde a la escuela. Adormilado, sumerge galletas con forma de dinosaurio en su tazón de Cola Cao caliente y, mientras bosteza, se quita las legañas bajo un chorro de agua fría y busca los libros que debería haber recogido en su mochila la noche anterior.
Al igual que él, sus compañeros aprenderán sobre matemáticas, inglés e historia. Jugarán a fútbol en clase de gimnasia, repondrán energías con un plato caliente al llegar a casa, harán algo de tarea y jugarán y se acostarán pronto, para que mamá no tenga que recriminarlos por ignorar la alarma como la mañana anterior. Para Iván, ese es el estado de la infancia. Pero no tiene por qué ser así.
La realidad que recoge el Estado Mundial de la Infancia 2016. Una oportunidad para cada niño, el principal informe anual de Unicef, es muy distinta.
En Satkhira, Bangladesh, la pequeña Sumiya sufre malnutrición. Si no mejora podría presentar retraso en el crecimiento, pero ha llegado a su quinto cumpleaños, y eso la hace afortunada. Como señala el informe, los niños que crecen en zonas de pobreza tienen casi el doble de probabilidades de morir antes de cumplir cinco años y, en muchos casos, más del doble de probabilidades de presentar retraso en el crecimiento que los niños de los hogares más ricos.
En 2014 alrededor de 160 millones de niños presentaban retraso en el crecimiento, una cifra resultado de que los niños sean casi la mitad de los 900 millones de personas que viven con menos de 1,90 dólares al día (la línea internacional de pobreza extrema).
Dos años después, el futuro de esos 160 millones de niños no resulta alentador. Unicef indica que a menos que el mundo aborde hoy en día la inequidad, en el año 2030 69 millones de niños menores de cinco años morirán entre 2016 y 2030, 60 millones en edad de asistir a la escuela primaria seguirán sin escolarizar, 167 millones vivirán en la extrema pobreza y 750 millones de mujeres se habrán casado siendo todavía niñas.
Mortalidad infantil. Una oportunidad para sobrevivir
A pesar de que la mortalidad infantil se ha reducido enormemente a nivel mundial, el año pasado cerca de un millón de bebés murieron en su primer día de vida.
Los niños nacidos en África subsahariana todavía tienen 12 veces más probabilidades de morir antes de su quinto cumpleaños que los niños nacidos en países de ingresos altos. Y la desigualdad continúa causando estragos en todo el mundo.
«Las vidas de millones de niños están malogradas por el solo hecho de haber nacido en un país, en una comunidad, con un género»
En Estados Unidos, según datos de 2013, los hijos recién nacidos de padres afroamericanos tenían más del doble de probabilidades de morir que los hijos de padres blancos.
Si nos fijamos en Europa, en 2012 en Bosnia y Herzegovina apenas el 4 por ciento de los niños romaníes de 18 a 29 meses habían recibido las vacunas recomendadas, en contraste con el 68 por ciento de los niños pertenecientes a otras comunidades. Tienen mayores dificultades para acceder a los servicios de salud y, en consecuencia, en Serbia y Bosnia y Herzegovina uno de cada cinco niños romaníes presenta retraso del crecimiento.
Educación. Una oportunidad para aprender
En cuanto a la educación, a pesar de los notables progresos en matriculación escolar en muchas partes del mundo, el número de niños de 6 a 11 años que no asisten a la escuela ha aumentado desde 2011.
Según recoge el informe, en 2013, el 38 por ciento (casi 250 millones) de los niños salieron de la escuela primaria sin dominar las aptitudes básicas de lectura, escritura y aritmética. Ese mismo año, menos de un tercio de los niños pobres de Nigeria entre los 15 y los 17 años había ingresado en la escuela en el momento adecuado.
Esta situación educativa se sitúa como la base descorazonadora de un futuro alarmante. Como indica Unicef, en los próximos 15 años la población mundial de 15 a 24 años aumentará casi en 100 millones de personas. Y, como también señala esta organización, esa población ahora son niños y niñas que necesitan una educación de calidad.
Limitándose a aspectos económicos, la inversión en educación sale a cuenta. Según la organización, cada año adicional de educación que recibe un niño incrementa las ganancias futuras en cerca del 10 por ciento, y cada año adicional que un país logra mantener a sus niños en la escuela puede reducir la tasa de pobreza nacional en un 9 por ciento.
Pobreza. Una oportunidad para soñar
En cuanto a la pobreza extrema, la línea es descendente. En 2012, el número de personas que vivían en la pobreza extrema en todo el mundo era casi la mitad de las que lo hacían a finales de la década de 1990. Sin embargo, se trata de un camino de largo recorrido que afecta, principalmente, a la infancia.
El hecho de que las familias más pobres tienden a ser de mayor tamaño, hace que los niños estén desproporcionadamente representados entre las personas que viven en la pobreza extrema, una situación que afecta a su desarrollo físico e intelectual.
La pobreza en la infancia priva a los niños de crecer y vivir de forma plena, y acarrea problemas difícilmente eludibles.
Ese es el caso de Shampa, de Bangladesh, a la que sus padres casi casan a los 15 años por no poder costear su educación, o el caso de Arieful, de 13 años, que se encuentra desescolarizado porque necesita trabajar para poder alimentarse. Ese es el estado de la infancia del mundo, el que muestra el informe. Pero no tiene porqué ser así.
Como señala Anthony Lake, director ejecutivo de Unicef, “si echamos un vistazo al mundo de hoy, tenemos que enfrentarnos a una verdad incómoda pero innegable: las vidas de millones de niños están malogradas por el solo hecho de haber nacido en un país, en una comunidad, con un género o en determinadas circunstancias. Y, como muestran los datos que aparecen en este informe, a menos que aceleramos el ritmo para llegar a ellos, el futuro de millones de niños desfavorecidos y vulnerables –y, por tanto, el futuro de sus sociedades– se encuentra en peligro.”.
Es necesario tomar medidas a nivel global si esperamos que 2030, año límite para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, no refleje las cifras que arroja el informe, si esperamos que el estado de la infancia sea el estado de Iván, y no el de Sumiya, Shampa o Arieful. Aunque sea mayor el número de niños que apaguen el despertador y sean recriminados por sus madres. Todo sea por no llegar tarde a la escuela. Por tener la oportunidad.