“La refinería está metida en nuestras vidas”, afirma el propietario de un bar que, cada mañana, despierta a los profesores y alumnos del colegio del pueblo vasco de Muskiz con sus cafés. “Hasta el vecino más despistado sabe que el pueblo lo patrocina, en su mayoría, Petronor”, añade.
Muskiz es a Petronor lo que la ciudad de Wolfsburgo es a Volkswagen: ecosistemas industriales. Todo lo que hace la empresa española petrolera, propiedad de Repsol, incide en el día a día de los habitantes.
Los vecinos del pueblo soportan vivir a 300 metros de imponentes chimeneas y plantas de refinería a cambio de una ingente cantidad de empleos. Pero lo que es bueno para la economía no tiene porqué serlo para la vida. Además de la contaminación, los de Muskiz tienen unas tasas de mortalidad por encima del 15 por ciento en relación a la media de su territorio.
El viento transporta el polvo de coque, un producto que impregna las áreas residenciales de un olor característico. Sus habitantes se ven obligados a encerrarse en sus casas para evitar la irritación de ojos y pulmones. Pese al benzeno, tolueno, sileno y otros hidrocarburos cancerígenos, en Muskiz no hay una clara oposición a la refinería.
Como recordaba el camarero, Petronor patrocina el deporte local, los comercios y hasta a los alumnos que estudian en los centros educativos de los alrededores.
Antaño, este poblado vasco era un precioso remanso donde la naturaleza se mezclaba con casas pequeñas que ahora llevan años en venta. La llegada de la fábrica de crudo convirtió la playa de La Arena, famosa por sus marismas de un tamaño equivalente a 30 campos de fútbol, en el aparcamiento de gigantescos tanques de hidrocarburos que se han ido mezclando con los bañistas durante tres décadas. “Cuando sales de La Arena tienes la impresión de estar más moreno, pero es una capa de suciedad que no se te quita hasta que te duchas”, dice uno de los visitantes de la zona, con la aprobación de otros cuantos.
Lo que pocos conocen es que en mayo de 2014 el Aleksey Kosigin, conocido como “el buque de las arenas contaminantes”, atracó en el puerto de Bilbao. Aparentemente parecía un petrolero más, pero en su interior albergaba el primer gran cargamento en llegar a Europa de las llamadas arenas bituminosas: 570,000 barriles, según publicó The Guardian y confirmó la propia Petronor.
El petróleo que se deriva de las arenas bituminosas se caracteriza porque su extracción se realiza mediante minería a cielo abierto, a diferencia de los crudos convencionales en los que simplemente se hace una perforación en la superficie terrestre. “Es un paradigma de contaminación y devastación”, como lo define la organización española Ecologistas en Acción, cuyos impactos ambientales y sociales en los lugares de extracción “son enormes”: deforestación de bosques, ríos contaminados, riesgo de enfermedades y lagos tóxicos.
En el marco de la Conferencia sobre el Clima COP21 de París, celebrada el pasado mes de diciembre, de 2015, la Unión Europea (UE) se enfrenta al reto de establecer criterios más ambiciosos para luchar contra el cambio climático, como los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero (GEI). “La llegada del cargamento de arenas bituminosas y, en consecuencia, la postura europea, parece indicar que nuestros políticos prefieren dar entrada a petróleos extrapesados y supercontaminantes”, apuntan desde la confederación de más de 300 grupos ecologistas de toda España.
Los propios estudios encargados por la UE demuestran que las citadas arenas se caracterizan por provocar un 23 por ciento de emisiones de GEI superiores a los petróleos convencionales. “La entrada masiva de este tipo de petróleos echaría por tierra el compromiso de la UE de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero un 20 por ciento hasta 2020”, añade la organización verde.
La gobernadora de la provincia de Alberta (Canadá), Rachel Notley, hizo público un plan para frenar el calentamiento global. Entre las medidas que anunció, está la de fijar un límite máximo de la cantidad de arenas bituminosas que pueden extraerse por cuestiones climáticas. El problema, como denuncia Amigos de la Tierra en Europa, es que más allá de las arenas bituminosas “la COP21 se enfrentó a las presiones de la industria energética y a los tratados comerciales que negocian los países productores”.
En el año 2006 existían en Canadá 81 proyectos de arenas bituminosas y se extraían 1.25 millones de barriles por día. Sus enormes yacimientos de este producto hacen del país la tercera potencia petrolera mundial y una gran exportadora junto con Estados Unidos. Por este motivo, ambos países de Norteamérica llevan años tratando de que se le abran las puertas del mercado europeo a través de sus respectivas negociaciones comerciales. Canadá lo hace por el ya aprobado CETA que ratificará con la Unión Europea y EEUU pretende introducirlas a través del TTIP, el polémico tratado que aún está en la fase de negociación.
“La Unión Europea, sedienta de combustible y con una alta dependencia energética del exterior, parece haberse postrado a las pretensiones canadienses, renunciado a sus obligaciones con el medioambiente”, apuntan desde el Consejo para la Defensa de Recursos Naturales sobre la perdida de ambición europea en el plan climático europeo de 2030. También advierten de las consecuencias que podría tener en el futuro. “Las importaciones de estas arenas pasarán de 4,000 barriles diarios en 2012 a 700,000 en 2020 y ya no habrá vuelta atrás”.
Esos 4,000 barriles suponían tan solo el 1.19 por ciento de los 335,000 barriles de productos refinados que Estados Unidos llevó a Europa hace cuatro años. El petróleo procedente en aquel momento de arenas contaminantes supuso un 0.03 por ciento del consumo de combustible que se hace en Europa. Actualmente, el comercio actual total de combustible entre ambas orillas del Atlántico asciende a 32 billones de dólares por año, de los cuales un poco menos de la mitad está relacionado directamente con las exportaciones estadounidenses de arenas bituminosas a territorio europeo.
Repsol posee tres de las cinco refinerías de la Unión Europea (Cartagena, Bilbao y Castellón, las tres en España) capaces de procesar arenas bituminosas. Es decir, la empresa será responsable de la mayor parte de todo el petróleo en bruto que llegue a Europa para ser refinado.
La petrolera española Repsol, con tres plantas capaces de refinar petróleo extraído con arenas contamimantes, será responsable de la mayor parte del proceso para Europa
Por otro lado, las siete mayores petroleras privadas del mundo (Shell, ExxonMobil, BP, Sinopec, Chevron, ConocoPhillips y Total) tienen participaciones significativas en las arenas bituminosas de Canadá. Las mismas empresas y grandes refinerías han invertido 25 millones de dólares para rediseñar sus refinerías en Estados Unidos y poder exportar a la Unión Europea. Y puede ser aún más: Canadá está considerando construir un oleoducto, el Energy East, que le permita aumentar las exportaciones de arenas a Europa.
“No es ninguna sorpresa que las petroleras internacionales, las refinerías y sus asociaciones comerciales hayan saltado a las negociaciones del TTIP y de la COP21”, critica Amigos de la Tierra en un contundente informe de julio de 2014 titulado Tratados sucios (PDF). “Es una oportunidad sin precedentes para proteger sus inversiones e incrementarlas, aunque sea a expensas de la legislación climática de la UE”.
Ajeno a esas lejanas negociaciones, un vecino de Muskiz da de comer a los patos del río que atraviesa el pueblo, el Barbadún. “No seamos ingenuos. No podemos prescindir del dinero y los empleos de Petronor, es el mayor inversor de Euskadi [País Vasco]. Además, nuestros coches necesitan petróleo para andar”, se confiesa sin rodeos; no sin antes mencionar el último escape de polvo de coque que afectó a un barrio del pueblo. “Exigir responsabilidad y pedirles explicaciones es nuestra responsabilidad, pero el problema es que eso para ellos no es una obligación sino una opción”.