Concursos que alientan el cierre de fronteras

Un concurso impulsado por un colectivo anónimo estadounidense anima a crear nuevas propuestas para la construcción del muro en la frontera con México bajo una aparente y falsa neutralidad política

Por Lucía Gutíerrez 

El pasado 2 de marzo de 2016, el colectivo anónimo neoyorkino Third Mind Foundation lanzaba un concurso internacional de diseño titulado: Building the Border Wall. Ante las últimas ideas —según decía, poco originales— de Donald Trump para ampliar la valla fronteriza entre Estados Unidos y México, los autores solicitaban nuevas propuestas de diseño con mérito arquitectónico.

La inmediatez de las críticas y la polémica desplegada en torno a esta convocatoria han dado lugar a sucesivas correcciones sobre el enunciado original. Abriendo tal vez el cometido a otras posibles “soluciones” para la cuestión de la “inmigración ilegal”. A modo de enmienda pero desde el mismo anonimato, subrayan ahora lo siguiente: “Seamos claros: no asumimos ninguna postura respecto a este tema. Permanecemos políticamente neutrales. Estamos interesados en analizar el tema desde diversas perspectivas”. A esta frase le sigue una completa exposición que da buena cuenta de este posicionamiento «neutral».

Es el tipo de neutralidad política que habla con los términos “invasiones extranjeras” e “incursiones de ataques nómadas”.

El tipo de neutralidad posicionada desde Nueva York que, en su análisis “desde diversas perspectivas”, se refiere a la frontera como “frontera sur”, si bien justo al otro lado se habla de “frontera norte”. Una neutralidad que escribe sobre esta frontera únicamente en inglés, hasta que las críticas han presionado para que se haga la traducción al español. El tipo de posicionamiento neutral que afirma que «el estado de la barrera actual es lamentable, ineficiente y poco elegante” —y aquí sí, concediendo que existen ambos lados— “de una forma que no respeta a ninguna de las dos partes del debate”.

Hablamos de la neutralidad política que se plantea en un concurso donde la arquitectura pueda ofrecer una “solución mejor” al vallado actual, que entiende como “ineficaz en el mejor de los casos» y un «lamentable fracaso en el peor”.

Ese vallado se lleva construyendo a lo largo de la línea fronteriza desde los años 90 aunque se ha reforzado a partir de 2005 con los programas estadounidenses de lucha contra la inmigración ilegal. Ese vallado no solo se lleva construyendo, sino que también se lleva diseñando… y hoy mide ya 1.123 kilómetros.

Hay algo en lo que sí aciertan los organizadores del concurso: es seguro que esto debe considerarse un tema arquitectónico de importancia.

La arquitectura, lejos de toda neutralidad, crea un escenario de desigualdad

Llama la atención cómo, a lo largo de 3.200 kilómetros y entre dos espacios exteriores, se puede establecer un dentro y un fuera tan claros, a partir de un sistema arquitectónico: un organismo generado a partir de una construcción que transforma el estar del ser humano en el espacio y en el tiempo. En su condición de frontera, la arquitectura opera como mediadora entre el espacio, el tiempo y las personas.

Al volverse impermeable, este límite deja de ser una línea de paso, para expandirse en una red de dispositivos fijos y móviles de contención, filtraje y ruptura. Como señala el concurso, a la valla se suman cámaras de vigilancia, drones y más de 21,000 agentes de la patrulla estadounidense.

Pero no es solo esto. Tratándose de un concurso de diseño, quizás se deberían añadir a la descripción del espacio fronterizo otras consideraciones.

Una imagen del concurso, intervenida por la autora del artículo.
Una imagen del concurso, intervenida por la autora del artículo.

Por ejemplo, el hecho de que la permeabilidad de la valla varíe en función de su localización. Cuanto mayor es la distancia a los núcleos de población estadounidenses, mayor es su permeabilidad; siendo por el contrario las barreras más opacas y resistentes las colindantes a las ciudades fronterizas. En relación a esto, quizás se debería hablar también de cómo la propia naturaleza opera como elemento arquitectónico. La topografía en torno al río actúa de barrera natural a lo largo de la mitad occidental de la línea, pudiéndose prescindir por tanto de la construcción de la valla en dicha zona.

No es casualidad tampoco que la barrera instalada en el sector del desierto de Arizona permita que las personas la crucen caminando. Esta no-construcción estratégica deriva el flujo humano hacia los lugares más convenientes, pues son los más difíciles de atravesar y se concentran además en ellos los agentes de la patrulla.

Se ve en esta cartografía de muertes en Arizona y en las gráficas, el desierto como otra gran frontera de extenuación, apoyada por el papel táctico de la arquitectura.

Más de 2.100 personas han muerto entre 2001 y 2014 intentando cruzar el desierto. 500.000 tratan de atravesar la frontera cada año.

El análisis desde “diversas perspectivas” de la Third Mind Foundation nos ofrece un sinfín de datos sobre los costes de frontera. Una milla de vallado oscila entre 2,8 y 3,9 millones de dólares. Para completar las barreras existentes, se requeriría una inversión de entre 15.000 y 25.000 millones de dólares. Se les olvida incluir los entre 3 mil y 8 mil dólares que cuesta el viaje caminando por las montañas de Tecate, los 10 mil en lancha o los 16 mil en avioneta. Tampoco se tiene en cuenta los costes no monetarios. Nueve de cada diez mujeres violadas cruzando México, o los 63.000 menores no acompañados identificados desde 2013.

La arquitectura, lejos de toda neutralidad, crea un escenario de desigualdad. Una organización espacial donde la violencia es una cualidad inherente. Cada muro genera condiciones sociales diferentes en ambos de sus lados: lo incluido y lo excluido. Esta exclusión activa, se instrumentaliza políticamente y se apoya en mecanismos tanto ofensivos como defensivos. La arquitectura es siempre política.

Tal vez toda la exposición del concurso sea irónica y esté destinada a generar debate. Sería la única forma en la que podría tener sentido. No obstante, últimamente asistimos a la publicación de diferentes competiciones de arquitectura que, amparadas por unas falsas premisas de creatividad y estética, creen legitimar enunciados que están entre el paternalismo y la xenofobia.

Dicen los autores que “sin importar de qué lado de la valla política nos encontremos (…) no es probable que desaparezca el concepto de un muro en nuestra frontera sur”.

No es probable si se siguen permitiendo prácticas de segregación y control, y si se continúa alimentando un imaginario distorsionado acerca de la migración. Precisamente porque sí que importa de qué lado nos encontremos, debemos devolvernos la pregunta: ¿cuál es el rol del arquitecto?

La arquitectura está al servicio de determinadas ideologías, y nosotros, como arquitectos y como ciudadanos, tomamos parte. Podemos decidir ser cómplices, o podemos luchar para cambiarlo.

 

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Lucía Gutiérrez es arquitecta e investigadora sobre la arquitectónica de exclusión en fronteras. Forma parte del equipo de porCausa.

Este texto fue originalmente publicado en Desigualdad de Univisión Noticias.