Apellidar al periodismo «de interés público» parece una redundancia. Al exigir la rendición de cuentas de los poderes, dar voz a quien no la tiene e iluminar el debate sobre los asuntos que nos afectan como sociedad, el buen periodismo apuntala las libertades individuales y los derechos comunes; el ‘interés’ de todos. Sin embargo, vivimos en un país en el que muy pocos asociarían estos dos términos de manera automática.

Los medios a los que la mayor parte de nosotros nos asomamos cada mañana están cargados de prejuicios e intereses más o menos explícitos que impiden a los profesionales el ejercicio de su oficio, alimentan la distorsión o ignorancia de los asuntos relevantes y privan a nuestra democracia de uno de sus puntales. Un modelo de tertulianos en el que el periodismo de investigación se confunde en muchos casos con la filtración y las agendas personales.

Por eso, porque no lo tenemos, admiramos de forma casi infantil el trabajo los buenos medios anglosajones, azote de criminales e incompetentes. Uno de sus representantes más ilustres pasó esta semana por Madrid en un evento organizado por la Universidad de Navarra y la Fundación Rafael del Pino. Se trata de Paul Steiger, fundador de la organización estadounidense de periodismo de investigación Propublica. Propublica se define como «periodismo de interés público». Su voluntad declarada es centrarse exclusivamente en las historias con una «fuerza moral»: «denunciar la explotación del fuerte sobre el débil y los errores de aquellos con poder, vindicando la confianza puesta en ellos». Y lo cierto es que no hacen otra cosa. Desde que esta organización sin ánimo de lucro comenzase su trabajo hace ocho años, sus editores y redactores han abierto más de 50 líneas de investigación que contienen a su vez cientos de historias periodísticas. El rango de asuntos que han tocado es amplísimo, casi siempre centrado en el contexto nacional y a menudo en colaboración con otros medios.

Entre mis favoritas están la que ha desvelado (con tribunales por medio) la tupida red de pagos y favores de las empresas farmacéuticas a los médicos estadounidenses; la que relata la persecución inmisericorde de cobradores privados a los deudores (sobre todo cuando estos son negros); o la que recientemente ha puesto contra las cuerdas a la Cruz Roja americana por su su negligente intervención en algunas emergencias humanitarias. La independencia feroz y la perseverancia de este modelo de periodismo genera muy pocos amigos. Además de la resistencia de sus investigados, las demandas en los tribunales y la retirada (temporal) de alguno de sus donantes, Propublica se enfrenta a un contexto público y político cada vez más hostil.

En una intervención por lo demás excesivamente cautelosa, Steiger sí fue explícito en la denuncia de las leyes que limitan la libertad de prensa por razones de seguridad o sensibilidad religiosa, por no hablar de los ataques a informadores como arma de guerra. El moderador del evento -introducido por un vídeo kafkiano sobre las virtudes del buen periodismo en el que brillaban perlas como el Director de Informativos de Telemadrid- habló de Venezuela y otros horrores, pero omitió mencionar el hecho de que la nueva Ley de Seguridad Ciudadana española ha sido calificada por Reporteros Sin Fronteras como una ley «mordaza».

Los profesionales de Propublica combinan las mejores técnicas de investigación, el análisis de datos y el reporterismo con una sensibilidad particular para elegir los temas y los enfoques. Son capaces de lograr el difícil equilibrio de situarse del lado de la víctima sin perder la objetividad, y ofrecen a la sociedad un debate público informado sobre los asuntos más relevantes y menos atractivos para el espectáculo mediático. No les sorprenderá entonces que esta organización haya sido para porCausa un modelo desde nuestro nacimiento. Los miramos como los niños miran a sus astros deportivos, sabiendo que, si ellos lo han hecho, no es imposible. Artículo publicado originalmente en el blog ‘3.500 millones’ (El País)