Cuando salimos al extranjero tendemos a mimetizarnos por desinhibición, calzándonos sombreros de fantasía y comiendo productos innombrables. En el caso de mi viaje a Nueva York esta semana –donde asistí a un evento sobre pobreza y desigualdad organizado por la cadena UNIVISIÓN y la ONG TECHO– la frivolidad consistió en acercarme por uno de esos cine-clubs de película de Woody Allen en los que proyectan filmes alternativos nórdicos y orientales a los que ni se me ocurriría acercarme en casa. Allí, claro, era lo menos que podía hacer.
Pues bien, aunque lo normal hubiese sido salir del cine deseando haber elegido una pamela a lo Warhol, esta vez tuve suerte: el documental que vi contaba la fascinante (e inquietante) trayectoria de los Panteras Negras, el movimiento político de liberación afroamericano que desarrolló sus actividades en los años 60 y 70. Con el trasfondo de los debates a los que asistía durante el día, su historia fue todo un descubrimiento.
Panteras Negras: la vanguardia de la revolución cuenta la respuesta agresiva (violenta, en ocasiones) que una parte de la comunidad afroamericana eligió durante los años más intensos de la lucha por los derechos civiles. Utilizando con inteligencia los resquicios legales (como el derecho a portar armas en público), desplegando una estrategia de imbricación con las comunidades a través de programas sociales y eventualmente deslizándose hacia la resistencia violenta, los Panteras Negras representaron durante años la posición política de quienes consideraban que el movimiento dialogante y de resistencia pasiva de Martin L. King no acabaría nunca con la opresión de los negros.
Con sus aciertos y sus (muchos) errores, el movimiento fue un reflejo local de la fiebre revolucionaria que contagiaba a sociedades del mundo entero, aplastado en este caso por el ubicuo Edgar Hoover y una sucesión de gobiernos estadounidenses.
Pero me interesan menos las particularidades de este grupo que el contexto en que nació, marcado por la exclusión de una parte importante de la sociedad (blancos pobres incluidos). Un contexto muy similar al que había escuchado describir esa misma mañana a representantes religiosos, sociales y académicos de Nueva York. El modo en que la desigualdad se ha extendido como un herpes dentro y fuera de los Estados Unidos me dejó con la incómoda sensación de que las cosas no han cambiado tanto desde que los Panteras Negras se rebelaron contra el sistema. Siete de cada diez habitantes del planeta viven en países donde la brecha social ha crecido en los últimos 30 años. En regiones como América del Norte y Europa la condición de inmigrante o minoría étnica multiplica las posibilidades de contraer una enfermedad crónica, permanecer atrapado en empleos de baja cualificación o, sencillamente, permanecer atrapado en el hogar de tus padres sin posibilidad de emancipación. Niveles absolutos de desigualdad superiores a los de los años 60.
Y te preguntas qué se interpone entre lo que estamos viviendo y una reacción violenta de la gente. La desigualdad insulta los principios de las naciones civilizadas, pero también la inteligencia de quienes saben que sociedades más cohesionadas son también más prósperas y seguras.
Pocos asuntos van a jugar un papel más importante en la carrera presidencial de 2016, algo que UNIVISIÓN ha entendido bien. El principal canal en castellano de los EEUU está haciendo compatible una parrilla basada en el entretenimiento de masas con una línea informativa seria y ambiciosa. En este caso concreto, el evento suponía el lanzamiento formal de un portal de la cadena editado por la Fundación porCausa y centrado en el reto modernísimo de la desigualdad, empezando por la que lastra a las sociedades americanas. Les animo a visitarlo y a incorporarse a esta importante conversación.
Artículo publicado originalmente en el blog ‘3.500 millones’ (El País).