Para el emigrante español que ha viajado a Alemania su patria no es España, sino la comida española. En cuanto se convierte en un peregrino que viaja por tierras desconocidas empieza a añorar la tortilla de patatas, el aceite de oliva y el sabor del puchero. Si España es el país de la paella, el jamón serrano y el sol, Alemania es la cuna del frío, la salchicha y la cerveza. Comprar comida española en este país o bien sale caro o bien no sabe igual. Y no se hable de dar con un vaso de agua —sin gas— algo muy difícil de conseguir. Al menos para Alicia, Juan Luis, Miguel y Eva, quienes han tenido que ingeniárselas para adaptarse en su país de acogida.
Estos cuatro españoles junto a 30 personas más se han lanzado a escribir su experiencia en Alemania, donde cuentan la dificultad de superar las primeras barreras que se interponen nada más aterrizar. Los textos han sido recopilados por el Centro de Estudios Hispánicos de la Universidad de Ratisbona para así documentar un momento decisivo de la migración dentro de Europa. De hecho, según el Instituto Nacional de Estadística [PDF], desde 2008 hasta 2014, 2,87 millones de personas de todas las edades hicieron las maletas y se marcharon a todas las partes del mundo. Los últimos datos recopilados indican que los lugares preferidos para emigrar han sido Reino Unido, Francia y Alemania.
Ahora, esta curiosa recopilación deja de lado los números para centrarse en las personas. En 1971, el cineasta Pedro Lazaga retrató la emigración española en la película “Vente a Alemania, Pepe”. Esta antología juega con el título de aquella icónica cinta que nos sirve para comparar si han cambiado o no nuestras circunstancias 45 años después. ¿Nos juntamos con otros españoles a comer el chorizo que nos envían desde casa envuelto en papel de periódico, como hacía alfredo Landa, chapurreando tres palabras en alemán con acento manchego?
Estas historias reales, contadas en primera persona, revelan que no había mucha diferencia entre los emigrantes de los años 60 y los de ahora. De hecho, todas estas personas tenían claro que la crisis que les azotaba no iba a poder con ellas. ¿La diferencia? La formación.Gracias al informe PIAAC —el PISA de los adultos— sabemos que la adquisición de competencias de los adultos nacidos entre 1947 y 1996 han experimentado un avance muy significativo respecto a la generación anterior, los que estudiaron en la década de los sesenta, durante la Dictadura Franquista. Esto es debido a la escolarización de una parte mayor de la población y a la educación postobligatoria en la década de los ochenta.
Este libro cuenta «las desventuras de una madre inmigrante», en concreto, las de Alicia Lombardo. Una mujer que una mañana abrió la nevera y vio que no tenía nada que dar de comer a su hija. Era diciembre de 2012 y España atravesaba uno de los momentos más agudos de la crisis, la cual iba dejando a miles de personas como ella en el paro y con el subsidio agotado. Desesperada de estar en esta situación compró un billete de avión a Alemania. Lo malo no es que se fuera. Lo desgarrador era que debía dejar a su hija en España con la ‘yaya’, quien la ayudaría a cuidar de la pequeña mientras su madre buscaba un futuro mejor en otro país. Cuando aterrizó en Alemania no sabía el idioma, así que le tocó aprenderlo a matacaballo gracias a su compañero de piso.
Él, además, le ayudó a hacer los trámites necesarios para conseguir un trabajo. Durante varios meses estuvo laborando en negro limpiando casas y trabajando en hoteles para así enviar dinero a su hogar. Medio año después consiguió volver a España para llevarse a su hija con ella. Pese a haber padecido la xenofobia en primera persona, haber perdido trabajos y las ayudas que consiguió a través de los asistentes sociales del país, Alicia no se ha dado por vencida. Dafne y ella han conseguido salir adelante. Ahora tienen un piso en alquiler al que llamar hogar al final del día.
Esta dura decisión de emigrar también la tuvo que tomar Juan Luis García. Todavía recuerda cuando tiró de los ahorros familiares, vendió todos los muebles, dejó una vida en Málaga y partió hacia Alemania en coche. Él, su mujer y su niña de cuatro años se convirtieron en emigrantes por pura y dura necesidad. Esta familia recorrió más de dos mil kilómetros en coche, parando de vez en cuando para estirar las piernas y descansar, hasta llegar a la ciudad de Remscheid. No solo los padres arrancaron sus propias raíces de España, sino también arrancaron las de su hija.
Ella, quien nunca tuvo la oportunidad de decidir sobre su destino, se convirtió en una migrante forzosa. Hoy en día, reconoce que ha sido muy duro superar la burocracia alemana como la que supone el empadronamiento en el nuevo país, la inscripción en el nuevo colegio e incluso firmar un contrato de alquiler. Casi todo por el idioma. Ahora, tan solo lamenta que su pequeña a veces siga jugando sola en el patio debido a la falta de integración que se ha encontrado en Alemania.
Hay quienes lo han tenido un poco más fácil. Miguel Carrasco tuvo la suerte de poder elegir qué ser y quién ser. Él decidió ser emigrante. «Mi vida ha cambiado para mí y mi entorno de forma positiva. Aunque aún me queda muchísimo para estar integrado en la sociedad de la que ahora formo parte«, explica. Además, cuenta que la diferencia entre un país y otro es notable a la hora de afrontar casos de corrupción, «mis amigos me miran incrédulos cuando les cuento que el ministro de Defensa, Karl Theodor Guttenberg, dimitió al demostrarse que había copiado algunos párrafos de su tesis doctoral», cuenta.
También hay quienes ya tenía contactos previos en el país dispuestos a ayudarles. Eva Escribano viajó a Ingolstadt porque su novio, Christian, es alemán. Aún así, no todo está siendo fácil para ella, sigue sintiéndose apartada de las conversaciones cuando sale a tomar algo con los amigos de Christian. Invisible, bajo un silencio obligado. Entre sus recuerdos no olvidará la dificultad para obtener un carné de estudiante durante su etapa de Erasmus. De hecho, tuvo que aceptar la lógica aplastante de un secretario que no le permitía hablar en inglés. «Usted está en Alemania […] debería de hablar alemán», le dijo. Incluso ha tenido que agachar la cabeza por la vergüenza que sintió el día en el que cruzó un semáforo en rojo y el resto de transeúntes la juzgaban con la mirada.
«¿Te has venido a Alemania, Pepe?» demuestra que adaptarse en este país no ha sido fácil ni para quien sabe hablar alemán ni para quien tiene una elevada formación. Muchos de los emigrantes que han llegado se han dado de bruces contra una cultura completamente distinta. Aquí, a veces se cumplen los clichés y otras veces se desmontan. Por eso, cuando los españoles llegan a Alemania echan de menos su patria: irse a dormir tarde, las cervezas en los bares y terrazas, hablar en español y la cercanía de su familia. En otras ocasiones, en cambio, admiran el país por el silencio en los restaurantes alemanes, los carriles bici debidamente situados y la puntualidad.