En noviembre de 1989 cayó, literalmente, el muro de Berlín, un acontecimiento que es también un símbolo del fin del sistema de división. Pero los datos apuntan a un efecto opuesto. Desde entonces, nunca se han instalado tantas vallas, verjas, muros, zanjas y alambradas como medida de separación de las personas. Se calcula que en estos momentos hay unas 70 construcciones que impiden el libre paso de las personas.

Walls es una película documental que muestra la realidad del significado de un muro; quién hay a un lado y al otro, qué aspiraciones y motivaciones tienen las personas que se juegan la vida cruzando una valla o saltando un muro, cómo son los rostros, sentimientos y posturas de los que, armados, tratan de impedirlo. Para reflejar todos esos elementos, la película se centra en la frontera de México y Estados Unidos, España y África; Sudáfrica y Zimbabue.

“Terminamos eligiendo estos tres pero podrían haber sido otros. Podríamos haber rodado en Ucrania, en Chipre o en Omán. Hay vallas en todo el mundo. La película se podría repetir diez veces. ¿Por qué estos? Porque tenían que ser algunos”, justifica Pablo Iraburu, codirector. No obstante, reconoce que hay elementos decisivos que le hicieron decantarse por estas localizaciones: el primer escenario, por separar América en dos; el segundo, por dividir dos continentes y el tercero, por ser poco conocida y tener un flujo migratorio norte-sur.

Rodaron también en la frontera de India y Bangladesh.

Lo incluyeron en una primera edición, pero se percataron de que al meter una cuarta historia se perdía profundidad, al dedicarles menos tiempo a cada una.

La intención de este documental, más que generar respuestas, es la de motivar y ofrecer los elementos necesarios para cuestionarse qué tipo de mundo estamos construyendo. “No está [Walls] para decirle a la gente lo que tiene que pensar. Para eso está la propaganda, los [videos] institucionales o corporativos y la publicidad”, apunta Iraburu. Por eso, insiste en que la respuesta que cada uno puede dar ante las personas del otro lado del muro ha de ser una reacción humana y no política: «tienen las mismas ganas de vivir y de ser felices que podemos tener cualquiera».

Para transmitir todos esos elementos no han recurrido a ninguna cifra en todo el largometraje. Tan solo la historia y el día a día de Caren, Iván, Al, Izak, Meyer, Meza, Ghariba, Bokhar y Jaime. Unos, con la intención de dejar atrás un muro en busca de una vida mejor que les permita desarrollarse. Otros, impedirlo.

El equipo de rodaje, formado por tres personas —Pablo, Migueltxo e Itziar— convivió con los protagonistas durante días y semanas.

Sin la proximidad a los personajes, sería imposible trasladar los elementos humanos mostrados en la película. La ausencia del control de la realidad, como apunta Pablo Iraburu, les permitió mostrar el lado más real y auténtico que genera el entorno de un muro. Esta espontaneidad sirvió para evitar que mataran a dos jóvenes que cruzaron la valla que separa Sudáfrica de Zimbabue.

Un aviso por radio alertó al vigilante sudafricano para que acudiera a un punto en el que habían retenido a los jóvenes que acababan de saltar la valla. Los subieron a la parte trasera de la camioneta bajo amenazas y violencia verbal con la intención de trasladarlos de vuelta a Zimbabue. Frente a ellos estaban Pablo y Migueltxo. Durante el trayecto no dejaron de filmar sus caras. Unos rostros de miedo y apatía por el fracaso encuadran el plano más largo del metraje.

Con la mirada perdida, pero a la vez fija, transmiten la tensión del momento. Iraburu admite que ese plano se filmó pensando más en la vida de los jóvenes que en cómo quedaría en la película.

Sabíamos que mientras estuviéramos grabando, a esos chicos no les iban a pegar un tiro, que es lo que hacen habitualmente” comenta.

El vigilante, uno de los rostros protagonistas de la película, no duda en reconocer su total rechazo a la inmigración. “Habría que construir un nuevo muro, grande, alto. Y lo electrificaría” comenta durante el documental.

Otra de las localizaciones es en la valla de Melilla. A un lado, en el monte Gurugú, un grupo de jóvenes pasan los días, las semanas, para encontrar el mejor momento para saltar la valla. “El Gurugú es una cosa sórdida. Solo se informa de él cuando saltan la valla pero todo lo que pasan durante los años que esperan es espantoso. Da para hacer muchos documentales”, comenta Pablo.

Al otro lado, Jaime, un Guardia Civil, a diferencia del sudafricano, comprende a la persona que quiere saltar. Rechaza la valla, pero “es lo que dice la ley”. Iraburu no quería contentar a la audiencia con un personaje malvado sobre el que sería muy fácil verter todo el rechazo y el descontento. La intención es mostrar el argumento implícito que hay en la valla. “Nos tranquiliza mucho la conciencia el poder tener a alguien al que echarle la culpa de lo que pasa tan horrible en Ceuta y Melilla, cuando los culpables somos nosotros, los ciudadanos europeos que estamos eligiendo unos políticos que defienden el hecho de que haya una valla”, argumenta.

Otro de los elementos presentes en todas las historias es la religión. Cada uno profesa una distinta. Este era otro nexo de unión que utilizaron como eje transversal para conectar a todos los personajes.

Pablo Iraburu, con una larga trayectoria en cine documental asemeja conceptualmente las guerras con los muros. Lo diferencia el tipo de violencia; una dinámica y la otra estática. “Las vallas son un objeto muy violento, que por el hecho de estar quieto no dejan de serlo” argumenta. Podría parecer que existen distintos tipos de muros, en función de la altura, electrificación o con concertinas. Pero la realidad es bien distinta. Estaban rodando en Melilla cuando el gobierno instaló las polémicas concertinas.

“Todo el mundo estaba escandalizado. Y eso es totalmente anecdótico. Una valla de cinco metros, que pinche o que no, es un matiz muy pijo, un matiz que aprecia aquel que no le afecta. El que la va a saltar, el hecho de que tenga pinchos o no, o estar menos electrificada, es como elegir qué tipo de madera quieres en el bate de beisbol con el que te van a pegar”, compara Iraburu.

Y como cualquier tipo de violencia, siempre es la misma, da igual donde se desarrolle. “Nosotros llegamos a tener una sensación, que luego en montaje queríamos resaltar, y es que sentíamos que siempre estábamos rodando el mismo muro.

No es que el mundo tenga muchos muros, sino que parece que el mundo tenga uno muy largo, una especie de serpiente que atraviesa el mundo entero”, narra.

Quitando un breve plano, ¿cómo una película documental de esta temática no muestra el muro de la vergüenza más conocido, construido por Israel sobre Palestina? Pablo alega que no es uno más, “es el modelo sobre el que se han fijado todos y queríamos que tuviera una presencia en la película pero no poniendo el muro a la misma altura que los demás”. “Está haciendo la función que hacía el muro de Berlín. Cuando cayó, se pensó que había caído el último. Pero el de Palestina es más largo, más alto, mas infranqueable”, concluye.


 

El próximo 8 de abril, Walls se podrá ver en el festival de cine documental, videoperiodismo y derechos humanos Artículo 31, en Madrid. Justo después de una mesa redonda de porCausa presentando el proyecto Territorios de Frontera. Estados de excepción.