JOSÉ BAUTISTA

Hasan tiene 14 años y se ha roto el fémur al tratar de colarse en el ferry que zarpa de Melilla con destino a Málaga. Avanza despacio con la ayuda de dos muletas mientras sube la cuesta que va hasta el Centro de Menores de La Purísima, su hogar actual, situado a las afueras de la Ciudad Autónoma. En esa misma cuesta se situaba el pedófilo detenido a principios de 2018 por ofrecer a los niños cinco euros a cambio de sexo. Hasan –nombre ficticio para preservar la identidad del menor– está bajo tutela del Gobierno local. En La Purísima disponen de cinco vehículos supuestamente adquiridos para transportar a los chavales cuando es necesario, pero nadie ha pasado a recogerle por el hospital, situado a aproximadamente 40 minutos a pie –si no se tiene una pierna rota–.

En sentido contrario a Hasan, desciende por la cuesta un reguero de aguas fecales. Proceden de la tubería situada a la izquierda de la entrada principal del centro. En verano el hedor resulta insoportable y proliferan los insectos. Ese río de aguas fecales lleva intacto desde que La Purísima abrió sus puertas hace 18 años. Ni las quejas del Defensor del Pueblo, ni el trabajo de los periodistas, ni los más de cinco millones de euros que el Estado dedica cada año al centro han sido suficientes para que el Gobierno de Juan José Imbroda (PP) ponga fin a ese problema.

La Purísima, antaño un fuerte militar, es hoy uno de los ejemplos más ilustrativos de la situación que viven en España los llamados menas.

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