La población de entre 16 y 30 años se ha convertido en uno de los colectivos más afectados por la crisis y por las medidas con las que las instituciones públicas españolas han respondido ante ella. A una tasa de paro juvenil del 46,9% para los jóvenes de 16 a 24 años, según los datos de la última EPA del tercer trimestre de 2015, se une un mercado laboral precarizado. En él, uno de cada cinco trabajadores jóvenes es pobre y la edad de emancipación está tres años por encima de la media europea. Además la emigración a menudo se plantea como única opción para la búsqueda de oportunidades laborales.

La generación joven actual partía de unas expectativas muy altas y optimistas antes de la crisis financiera mundial. A día de hoy, esos sueños de un futuro y estilo de vida adecuado a sus capacidades y formación se han roto.

Cada vez que la situación de los y las jóvenes se aborda por parte de las autoridades públicas o los medios de comunicación se hace de forma parcial. Se centran en aspectos puntuales y muy concretos y alarmantes, como los elevados índices de desempleo. Sin embargo, no permiten una radiografía completa de los múltiples efectos que la crisis ha tenido para sus decisiones, aspiraciones o formas de vivir.

La inestabilidad y la inseguridad que experimenta una importante cantidad de jóvenes son sensaciones que afectan a todos los ámbitos de sus vidas. Se añaden a otros muchos elementos a tener en cuenta para comprender la realidad de esta generación en toda su complejidad: pérdida de confianza, falta de expectativas, riesgo de exclusión social o desconexión de la sociedad. Hay que recordar que la precariedad no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, durante los últimos años se ha convertido casi en un rasgo que define el día a día de muchos jóvenes. Pero lejos de que parezca estar próxima su superación, se erige en un obstáculo que ha adquirido en muchas ocasiones la categoría de insalvable y que condicionará decisivamente el resto de sus vidas.

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