IRENE QUIRANTE @iquirante90
Melilla se ha convertido en una de las principales ciudades de tránsito para los menores extranjeros que, como Samir, Amin, Ibrahim o Bilal (los dos primeros, nombres ficticios), quieren llegar a Europa. Los motivos que les empujan a abandonar sus países son varios: quieren ayudar económicamente a sus familias, labrarse un futuro, probar suerte, escapar de un hogar inestable, de un entorno de violencia… Sólo en 2018, la Policía Nacional llegó a reseñar a 1.070 menores de origen extranjero en Melilla, según datos de la Delegación de Gobierno en la Ciudad Autónoma. Aunque la llegada de estos niños se produzca de forma diaria a Melilla, también es continuo el goteo de menores que se marchan de la ciudad sin que nadie lo perciba: se van como polizones, escondidos en barcos que van a la península. Lo llaman «hacer riscky» (arriesgarse), y muchas veces, las consecuencias son fatales.
La Consejería de Bienestar Social de Melilla acoge actualmente a casi 900 niños y adolescentes en cuatro centros de protección: el que tiene mayor ocupación es el de La Purísima, que a día de hoy alberga a 660 chicos, todos varones, aunque su capacidad es de 180 plazas. Por otro lado, medio centenar de menores se encuentra viviendo en situación de calle: quieren escapar de Melilla antes de cumplir los 18 porque no confían en obtener la documentación. Desde que salen de sus casas, emprenden un camino en el que se ven forzados a madurar aceleradamente para no caer en malas decisiones que puedan truncar sus planes de futuro. Así ha sido el recorrido de Samir, Amin, Ibrahim y Bilal, cuatro niños que llegaron solos a Melilla.
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