Ha pasado desapercibido, ha salido en pocos medios, pero la noticia es una bomba: el Gobierno ha reconocido ante Bruselas, sin pudor ni alarma alguna, que el Fondo de Reserva de las Pensiones se acabará en diciembre de 2017. Ya no es un debate abstracto sobre la sostenibilidad de las pensiones, sino que estas se acabaron aquí y ahora para todos: personas mayores, nuestros padres y madres, una juventud trabajadora reducida al paro, la precariedad o la emigración forzosa.
El Fondo de Reserva se ha ido vaciando año a año, sin que se actuase para hacer nuestro sistema de pensiones sostenible, pese a las numerosas propuestas que hay sobre la mesa: la última, la de los sindicatos para que las pensiones no contributivas pasen a los Presupuestos Generales del Estado. Reducir las prestaciones y aumentar la edad de jubilación era la receta única, que no solucionaba el problema y empeoraba las condiciones de vida de la gente. Podríamos pensar que es un asunto que afecta solo a pensionistas, pero no lo es. Asistimos a una ruptura sin precedentes de todos los consensos de nuestro Estado del “Medioestar” (porque nunca fue un Estado del Bienestar pleno), simbolizados en el Pacto de Toledo.
Solidaridad intergeneracional
La gran virtud de nuestro sistema de pensiones es que se basaba en la solidaridad intergeneracional: cada generación trabajaba con la confianza de que la siguiente le pagaría la merecida jubilación. Permitidme que haga una mirada histórica. Durante mucho tiempo, las personas mayores siempre habían sido las propietarias de la tierra, lo que les aseguraba ser mantenidos por sus familias. Esto se rompe con la proletarización que acompañó al auge del capitalismo, en el que las personas mayores (que ya no eran productivas ni tenían propiedades) se convirtieron en el blanco de la mayor miseria y pobreza del siglo pasado en Europa. Los sistemas de pensiones vinieron a combatir esta injusticia: la generación de nuestras abuelas y abuelos había dado su sudor y trabajo, merecían poder disfrutar del descanso de una jubilación digna.
Nos dedicamos a destinar cada vez más recursos a los síntomas del problema, en vez de atacar sus causas de raíz, y ahora va a ser demasiado tarde
En las últimas décadas, sin embargo, este pacto intergeneracional empezó a agrietarse. Las políticas de austeridad, las deslocalizaciones, los paraísos fiscales… un nuevo cóctel ponía en jaque el acuerdo social producido tras la II Guerra Mundial. La competencia entre países se basó cada vez más en la reducción de salarios y derechos laborales. La precarización del empleo provocaba que las nuevas generaciones tuvieran cada vez peores condiciones y dificultades para emanciparse. La tendencia mundial llevaba a que las personas mayores, aún cubiertas por esos sistemas de pensiones, eran cada vez menos pobres… pero la infancia (y en España, aún más la juventud) pagaba las consecuencias empobrecedoras de nacer en una sociedad cada vez más injusta.
La actualidad no pinta bien
Y llegamos a la situación actual, consecuencia lógica de lo anterior: ya no se llena igual la hucha de las pensiones, y las mujeres jóvenes se ven obligadas (en el caso de que quieran ser madres) a retrasar su maternidad más allá de los treinta años y a tener menos hijos, por lo que el progresivo envejecimiento de la población ahonda en la insostenibilidad del sistema de pensiones. Las entidades juveniles venimos alertando de que hemos pasado de no llegar a “mileuristas”, a no llegar a “novecientoseuristas”; somos el colectivo con mayor riesgo de pobreza (38,2 por ciento según la tasa AROPE) y estamos en mínimos históricos de emancipación (ni siquiera el 20 por ciento de la juventud se ha podido independizar).
Al Consejo de la Juventud de España (CJE), lo que más nos duele no es un futuro sin pensiones, resultado de esta precarización que denunciamos, sino el silencio y la inacción. ¿Por qué decimos esto? Porque la juventud asociada pusimos el grito en el cielo, publicando el año pasado el Informe Juventud Necesaria que advertía de que las pensiones no eran sostenibles si las nuevas generaciones no podíamos trabajar y cotizar con dignidad.
Generación Casandra
Éramos una juventud que aspiraba a estudiar para mejorar su vida, para contribuir al desarrollo y al bienestar de su país, pero que ve sus expectativas frustradas. Nos han convertido, como el mito griego, en la Generación Casandra: que ve cómo se cumplen todos y cada uno de sus pronósticos más pesimistas, sin que nadie escuche sus advertencias, debido a la inacción de los sucesivos gobiernos (no solo del actual).
Tenemos el penoso récord de la OCDE de no invertir en juventud: entre 1985 y el año 2000, se invirtió 35 veces más en pensiones que en infancia, familia y educación juntas; absolutamente ningún país de la OCDE tuvo una diferencia mayor que 11 veces (e insisto, nuestra diferencia fue de 35 veces). Nos dedicamos a destinar cada vez más recursos a los síntomas del problema, en vez de atacar sus causas de raíz, y ahora va a ser demasiado tarde, si no hay voluntad política suficiente para aplicar medidas ambiciosas acompañadas de la financiación suficiente, lo que contradice las actuales directrices europeas de cumplimiento del déficit.
¿Qué necesitamos?
El Consejo de la Juventud de España tiene claro lo que ya dijo en su Informe Juventud Necesaria: necesitamos más empleo juvenil, mejores salarios, sistemas de rentas mínimas que combatan la pobreza, reforma del sistema de pensiones para hacerlo sostenible, reforzar la educación para que su coste de acceso deje de estar entre los mayores de la Unión Europea y favorecer el alquiler (incluso desde el sector público).
La única solución es esa: revertir la precarización y el desmantelamiento de los servicios públicos, que la juventud pueda vivir y trabajar con dignidad, formar familias diversas y dar el relevo demográfico a quiénes ya trabajaron y se esforzaron, precisamente porque queremos ser nosotros y nosotras quiénes trabajemos y nos esforcemos para construir un país más justo, diverso y solidario.
De nuevo, no escucharán a la Generación Casandra y pronto estaremos sin pensiones. Ni nos escucharon ni nos dieron respuestas, la diferencia es que ahora no está en juego nuestro empleo y nuestro futuro, sino el futuro de todo un país, la esperanza intergeneracional de toda la gente que quiere, sencillamente, poder vivir con dignidad.